Francisco Mochi representa el último manierismo florentino (de donde es oriundo) que sólo en breves instantes (Verónica, Vaticano) seguirá la estela barroquizante de Bernini.
En esta obra que comentamos tanto las alargadas proporciones (que le dan un aspecto filiforme) como su actitud corporal que oscila entre el mundo del ballet y la rigidez y antinaturalismo de algunas de sus posturas, conecta con el mundo manierista florentino heredero de Giambolonia y Amanatti.
Frente a la grazia de aquellos, Mochi responde con un estilo paradójico que no quiere renegar de la fluidez pero le es imposible realizarla (como si el mundo sofisticado del último renacimiento se encontrara ya herido de muerte) y las figuras vivieran en un mundo autónomo, regido por leyes abstractas que les obligan a retorcerse sin poder nunca alcanzar las formas aristocráticas anteriores.
Es el resultado, acaso, de un intento de adaptarse a los tiempos modernos (Verónica, grupo de Orvieto) y ser consciente de la imposibilidad personal de hacerlo (más por carácter que por técnica), con un retroceso hacia formas muy anteriores en su carrera tras el intento naturalista que se había producido en sus primeros momentos en Roma que aún está presente en el naturalismo de alguno de sus detalles
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