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Goya. La lechera de Burdeos

Desde hace un tiempo la polémica persigue a este cuadro, especialmente cuando la británica Juliet Wilson Bareau y las españolas Carmen Garrido y Manuela Mena plantearon sus dudas sobre la autoría del cuadro, adjudicándolo a Rosarito, hija de Leocadia, compañera de Goya en sus últimos años, a la que el pintor tuvo gran cariño y enseñó a pintar (realizando una obra discreta pero interesante en los años posteriores)
Sin embargo la web del Museo del Prado vuelve a adjudicarla al autor, aunque sin establecer claramente cómo llegó a sus colecciones.
La interpretación tradicional habla de un giro copernicano en las obra del pintor en su últimos años de vida, cuando consigue salir del ambiente opresivo de Fernando VII en su exilio en Burdeos.
Como demuestra alguna obra de la colección Frick que ha llegado a Madrid es un tiempo de numerosos hallazgos pictóricos que lo acercan asombrosamente al impresionismo

Es un cuadro de Manet cincuenta años antes de Manet
En este contexto (el famoso Aún aprendo, el dibujo que abre el artículo) hemos de entender esta lechera que es un retorno a sus cartones para tapices y, a la vez, una flecha hacia el futuro en donde el color y la pincelada anuncian la futura pintura de Renoir.

Toda una lección sobre el color aplicado a leves toques que se opone por completo a sus anteriores pinturas negras tanto en técnica (levedad de pincelada frente a la factura pastosa, acabada casi con los dedos) como en estética (retorno a la belleza y la juventud frente al expresionismo y vejez y muerte anteriores) que hablan de una constante del pintor: su fuerte subjetivismo que le hace cambiar de estilo y temas según su estado de ánimo y la visión que tiene en cada momento del mundo.