Tras la oscuridad de la noche, el sol jiennense vuelve a iluminar una de las imágenes de la Semana Santa de Úbeda: a las once y media de la mañana del Jueves Santo, sale de la iglesia de San Pablo Nuestro Señor de la oración en el Huerto. Esta iglesia es una de las más importantes de la ciudad. En la singular Plaza del Mercado se encuentra situada esta iglesia, que es la segunda en antigüedad entre las Parroquias de Úbeda.

Es muy posible, a pesar del desconocimiento de datos, que ya se encontrase levantada en época visigoda. Con la conquista musulmana fue convertida en mezquita para, más tarde, tras la reconquista de la Ciudad por Fernando III (1234), volver a dedicarse al culto cristiano.
Comienza en este templo el recorrido de un grupo escultórico en el que, entre un olivo centenario, Cristo es aliviado en su sufrimiento por un ángel que porta el cáliz en la mano derecha; mientras, sus discípulos Juan, Santiago y Pedro, duermen ajenos a todo lo que está ocurriendo. Los primeros gestos de dolor van asomando al rostro de un Jesús que se lleva la mano al pecho como signo de aceptación resignada de todo lo que recibirá como voluntad divina.
El paso es obra de Federico Coullaut Valera, de 1946 que ha sustituido en el rostro de Cristo la agonía por la contemplación del ángel enviado desde el cielo para reconfortarlo. No obstante, destaca la palidez del rostro de Jesús que por instante se inunda de horror ante el trance que le ha tocado vivir.
Sigue al paso de Cristo la imagen de la Virgen de la Esperanza, obra también de Federico Coullaut-Valera; su manto verde bordado en oro reluce bajo los rayos de sol de la mañana de Úbeda en tanto que se oyen a lo lejos los primeros compases de la marcha “Gethsemaní”. La Virgen camina cerca de su hijo amado en un intento de aliviar sus primeros sufrimientos.

La Oración en el Huerto es una cofradía antigua, fundada en 1943, que hace su recorrido por las principales calles de Úbeda. Uno de los momentos más bellos es su paso por la Corredera de San Fernando, una de las calles más amplias de la ciudad que permite ver avanzar los pasos desde gran distancia y admirar la belleza del conjunto.
A las cinco y media de la tarde, el mismo Jueves Santo, Cristo, atado a una columna de fuste bajo, comienza a recibir los primeros martirios de su Pasión. Jesús, con el torso descubierto en el que la sangre comienza a resbalar, es portado por cien costaleros encapuchados vestidos de oscuro.

Con las marchas “Nuestros Señor en la columna” y “Divino silencio” como telón de fondo, avanza un Cristo que comienza a vencerse de dolor mientras la noche se cierne sobre sus músculos cansados. La espalda se le encorva y las rodillas se le doblan, pero lo mantienen en pie la compañía de la Virgen y la confianza en la misión que ha venido a cumplir.
Francisco Palma Burgos en esta escultura ha conseguido plasmar la serenidad en el sufrimiento; la paz en el rostro de un Cristo de gran realismo y una estudiada anatomía en cuyos miembros puede advertirse el sello de la flagelación y los golpes recibidos. Jesús ocupa un primer plano, mientras que los soldados romanos quedan detrás empuñando el látigo, a la sombra de la ciudad ya anochecida.

En Úbeda, en los desaparecidos soportales de la calle Real, ya se veneraba antiguamente un Cristo de la columna, instalada en una hornacina. En 1925, se funda la hemandad del Señor de la Flagelación y toma como titula una talla muy antigua procedente del Monasterio de San Francisco, y que fue destruida en 1936.
Acompaña al paso de Cristo María Santísima de la Caridad, obra también del propio Palma Burgos.

Es una virgen dolorosa bajo palio, con un rostro lleno de dolor ante la presencia de los sufrimientos de su hijo.
Mientras tanto, de la iglesia de San Pablo, a las seis en punto de la tarde, Cristo está siendo coronado de espinas. Jesús de la Humildad sale a la calle con la cabeza agachada, postrándose ante la humanidad que le humilla en el Pretorio donde Pilatos lo muestra ante el pueblo, pero lanzando una mirada de perdón entre los ríos de sangre que se desbordan en su rostro.
Al mismo tiempo, el dolor estremece su cuerpo al sentir la capa púrpura que le han echado sobre el costado y que se adhiere a la multitud de heridas que lleva sobre la espalda.
Lleva las manos atadas pero en sus ojos no hay signo alguno de rebeldía; simplemente se aferra a la barilla que le han colocado entre ellas; un cetro que pretende ser signo de humillación, pero que lo eleva por encima de todos lo que lo zarandean y maltratan.
Incluso los últimos destellos del sol se van ocultando avergonzados de la injusticia que se está cometiendo. No obstante, parece como si quisieran tardar en esconderse y dar un poco de calor al cuerpo exánime de Cristo que tirita por el frío y el dolor.
La imagen fue realizada por Ruiz Olmos en madera de ciprés y a tamaño natural, en la que podemos observar reminiscencias clásicas, sobre todo en la cabeza: tiene una cabellera repartida en madeja que cae sobre los hombros a la manera barroca, con una barba señalada terminada en punta partida como era tradicional en la escuela andaluza. Su anatomía está trazada con gran suavidad, acentuada por la serenidad del rostro. También nos acercan al mundo de las apariencias del Barroco la acumulación de postizos de los que hablábamos anterioremente, como son la corona, el cetro, la capa o la soga que rodea el cuello de Cristo.
Nuestra Señora de la Fe camina con paso lento tras Jesús, debatiéndose entre la obediencia firme en la entrega de su hijo y el amor profundo que siente por él. Quizá no pueda entender jamás la razón de ese sufrimiento tan enorme; pero la fe en las palabras de Cristo pueden más en ella y se encamina con el rostro bañado en lágrimas a apoyarle mientras le quede aliento. Es obra de Amadeo Ruiz Olmos, cuyo trono fue elaborado por los hermanos de la Cofradía en 2001 y es llevado por veinticuatro costaleros.
La cofradía del Cristo de la Humildad fue fundada en 1913, y tiene como principal atractivo el séquito de romanos que da paso al trono de Cristo, famosos por su atuendo y su agrupación musical. Es sobrecogedor presenciar la despedida que hacen los romanos a sus titulares a las puertas de la iglesia de San Pablo donde se encierran.
Cuando la noche ha cubierto de nuevo la ciudad, a las diez en punto y en un silencio absoluto se abre paso desde la iglesia de San Miguel el Cristo de la Buena Muerte. Es una cofradía que se fundó en 1979 y realiza su itinerario por el casco antiguo de la ciudad. Conmueve ver su salida y entrada del templo de San Miguel y seguir su recorrido que realizan en silencio.

Jesús, clavado en la cruz es llevado a hombros por cuatro hermanos de negro riguroso. En la soledad de la muerte se han evitado un trono suntuoso, música, flores, la compañía de la virgen … tan solo la campana que anuncia la llegada de la procesion rompe el silencio de los fieles que esperan el paso.
Impresiona, según se acerca, la solemnidad con la que avanzan los pies descalzos de los que lo portan, sorteando las piedras del suelo gastadas por los años. E impresiona alzar la vista y ver una ciudad iluminada por antorchas cual lo fuera en el siglo XVI; una ciudad noble, majestuosa, que se postra rodilla en tierra al paso de un Jesús ataviado con un sencillo paño y una corona de espinas que tiñe de rojo su frente. Es, en definitiva, digna de admirar la belleza de una ciudad que, siendo poseedora de una riqueza inconmesurable, sepa mostrar su cara más humilde convirtiéndose en simple escenario del esplendo de su Semana Santa.
Es un Cristo que data de inicios de los años 40, de autor anónimo, que repite los cánones de las escuelas barrocas, hecho muy frecuente en la imaginería del siglo XX. Tiene un tórax muy marcado y el paño de pureza en abundante vuelo.

La sencillez del Cristo de la Buena Muerte contrasta con el paso de Jesús en el momento en que va a ser sentenciado por Poncio Pilatos. En este caso se trata de un conjunto escultórico de grandes dimensiones, en cuyo centro está un Cristo que asume con gesto sereno su condena a muerte.

Una lágrima, entre la sangre que le cae por las mejillas delata la injusticia y, más aún, la misericordia y pesadumbre por la maldad que se ha apoderado del corazón de los hombres que lo están juzgando. Jesús mantiene el rostro fijo en el suelo, con las manos atadas, aguantando un insulto tras otro, golpes, humillaciones … pero lo que más le pesa y le hace bajar el rostro es la ceguera y dureza de corazón de los que le rodean. Dos soldados romanos flanquean el paso de Jesús en un ejercicio inútil ya que jamás va a intentar escapar a un destino que ha aceptado de antemano. Los soldados, con un gesto tan duro como el material en que están esculpidos, señala a la multitud que pide la muerte de Cristo pidendo silencio para que hable Pilatos.
Detrás, en la sombra, Claudia implora compasión ante su esposo, que tomará el camino más fácil dando a la muchedumbre lo que pide para salvarse a sí mismo.
Hasta altas horas de la madrugada continuará la Sentencia su peregrinar por las calles de la ciudad hasta volver al templo de Santa Teresa. La majestuosidad de su paso que se abre camino entre la oscuridad de la noche sortea callejuelas sin descanso en tanto que el agotamiento parece irse apropiando del cuerpo de Cristo que da la impresón de estar más envejecido a su vuelta al templo.

Le acompaña en su paso, como no podría ser de otro modo, Santa María de las Penas; una talla de Francisco Romero Zafra que presenta con un realismo extremo a una virgen traspasada por el dolor, con las manos abiertas hacia el cielo implorando un poco de alivio en el sufrimiento de su hijo.
Esta cofradía es relativamente nueva, ya que su fundación data de 1990. La talla de Jesús sentenciado se venera en la iglesia de Santa Teresa, y fue realizada en Sevilla en el año 1998 por José Antonio Navarro Arteaga.
Fotos tomadas de www.cruzdeguia.org
Rocío Romero