Cuando sus tareas de gobierno o sus largas campañas militares, este era el escondite secreto de Federico de Montefetro.
Su lugar de estudio pero también un verdadero autorretrato moral de sus intereses e influencias que justifican su propio poder.
Esta pequeña estancia la conforman toda una galería de retratos de hombres ilustres (Justo de Gante y Pedro) en donde se alternaban filósofos clásicos, padres de la Iglesia, escritores ilustres o teólogos que se convierten en modelos de virtud por su estudio y frutos intelectuales y, por tanto, en espejos del Príncipe, que (típico del antropocentrismo cristiano de raíces neoplatónicas) intenta el conciliato entre la religión y el paganismo.
Bajo ellos se crean muebles en taracea que hablan de las aficiones e intereses del condottiero, desde la geometría a la música, la naturaleza, los libros, la ciencia, las armas..
Diseñados por pintores de la corte (es probable que la concepción global fuera obra de Giorgio Martini, mientras que los cartones para las distintas partes estarían realizados por Giuliano de Maiano, un joven Bramante, Justo de Gante…
En ellos hay un constante uso del trampantojo que juega a confundir realidad con el artificio, como si se tratara de una verdadera cueva platónica, utilizando las reglas de la perspectiva lineal aunque combinadas con la minuciosidad y la acumulación y la anécdota típicas del mundo flamenco.
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