Construida en el siglo XVI en la iglesia fernandina, fue mecenada por el obispo de la ciudad e hijo natural de Maximiliano I, Leopoldo de Austria. Realizada por Hernán Ruiz II con decoración escultórica de Sebastián Peñarredonda.
De planta rectangular encontramos en la parte baja paramentos lisos que luchan contra las columnas cuajadas de grutescos. Sobre el friso (lleno de putti) arrancan las pechinas que sostienen una falsa cúpula elíptica.
Sobre las pechinas aparecen profetas y patriarcas, la Virgen de la Asunción en la cúpula y el Bautismo de Cristo y ¿sibilas? en los lunetos
Siempre e llamó la atención este cuadro en el libro de COU. Después del gran renacimiento italiano, entre éste y el Bosco, aparecía en un rincón, fuera de temario oficial de selectividad.
Su autor Fouquet fue un extraño pintor en una extraña corte (la francesa de Carlos VIII) en la que se instituyó el título oficial de maitresse en titre (querida oficial) que ocupó la mujer del cuadro, Agnès Sorel.
El pintor la representó con una iconografía conocida, la Virgen de la leche o Galactotrofusa, muy habitual del gótico en el que la Virgen se convertía en madre de la Humanidad.
Sin embargo, más que madre la pintó como amante y ese pecho era más para el rey que para el Niño Jesús.
No terminó ahí la cosa, y junto a esa virgen pintó un racimo de ángeles bicolores azules y rojos que se salía de las maneras habituales y generaba un ambiente onírico.
Y es que Fouquet fue un pintor poco convencional que unos caracterizan como autor del gótico internacional (el talle tan fino, la idea del amor cortés, las maneras curvilíneas…) mientras otros lo emparentan con el arte de un contemporáneo suyo, Van Eyck (el uso del óleo, las texturas, el trabajo en claroscuro…).
Aún más, si vemos la otra tabla (mucho menos representada) del díptico, en ella encontraremos desde maneras de los primitivos flamencos como recuerdos del Quattrocento italiano (en su perspectiva, nitidez de contornos que recuerda a Castagno, los candelieri, las maneras sintéticas en los vestidos…).
Un verdadero puzzle de influencias e interpretaciones que tuvo su eco en el siglo siguiente, en la llamada segunda Escuela de Fontainebleau que pronto analizaremos
Muchos de sus rasgos son perceptibles, con el trabajo en volúmenes, el contraposto de la anatomía, el juego de claroscuros, el gusto por una perspectiva correcta o la propia expresión facial (incluso algunos detalles, como los rectángulos del fondo nos recuerdan a la Última Cena)
A ello le añade el detalle tan hispano por el detallismo en donde aún queda un rasgo por el gusto del dorado
Pocas veces en la historia del arte un pintor llegó a reflejar el paisaje con esa morbidez y atmósfera como en estas dos obras que realizara para la Scuola di San Rocco Tintoretto.
En realidad se trata de las dos últimas obras que realizaría para ella, tras más de veinte años de trabajo.
Los temas elegidos, dos eremitas (Magdalena y Santa María Egipciaca) le permiten convertir sus figuras en un trasunto más del paisaje retratado en ese momento incierto que precede a la noche, cuando la oscuridad ya aparece pero todavía profundamente matizada por las mil reverberaciones de los objetos que proyectan una luz indecisa.
En realidad, podríamos hablar de una sublimación de la obra que había dado inicio a esta escuela veneciana ( Tempestad de Giorgione).
Como en ella las figuras se sumergen en el paisaje hasta convertirse en un simple pedazo de él y la luz pierde su dominio absoluto para convertirse en un espeso fango de oscuridades y destellos que realiza a través de fríos metalizados y ácidos sobre un fondo neutro de colores tostados.
Con todo ello consigue un verdadero paisaje espiritual que habla de fugacidad y transitoriedad frente a las verdades absolutas de otras de sus obras. Un lugar de cambio animado por un profundo misticismo en donde renuncia a sus espectaculares escorzos y perspectivas para sumergirnos en una sensación de fluidez, de profunda identificación con aquello que transcurre lentamente pero sin pausa.
Una música pesada llena de extrañas fantasías que es más psíquica que visual
En el juego de la composición y perspectiva vemos sus limitaciones a la hora de pasar de lo gótico a lo renacentista, con posturas forzadas y un uso problemático del espacio.
Por el contrario, los tres relieves de la predela sus verdaderamente sublimes, de un clasicismo casi italiano.
En la colegiata de Daroca se encuentra esta magnífica capilla de retablo renacentista purista (se suele atribuir a un discípulo de Anchieta.
Mecenada a principios del XVII por el arzobispo de Zaragoza. la posterior creación de la cúpula casetonada crea un potente efecto escenográfico barroco
Felipe de Bigarny, Biguerny o Vigarny, también llamado Felipe de Borgoña o el Borgoñón (Langres, Francia, h. 1475 – Toledo, 1543)
En sus comienzos su obra juega entre las formas borgoñonas, las flamencas y las renacentistas italianas, decantándose hacia estas últimas en su obra más madura.
Creado entre el siglo XVI y el XVIII (zona central), responde a un modelo manierista de estructura de calles organizadas por órdenes, arquitrabe articulado y ático superior enlazado por volutas (los cambios barrocos se encuentran en el sagrario o manifestador convexo central, flanqueado por columnas salomónicas, y el nicho de decoración exuberante de la Virgen de Guadalupe.
Para las labores del siglo XVI se habla de obra de Bernabé de Gaviria, Diego de Navas ”El Viejo”, Pedro de Raxis y Pablo de Rojas.
El último se encarga (por la escasa documentación que he podido encontrar) de la parte escultórica, al menos del crucificado y los dos grandes relieves del nacimiento y presentación en el templo (semejantes a los que muchos años más tarde utilizará uno de sus grandes alumnos, Martínez Montañés)