En plena reconquista (1239) Berenguer de Entenza lideraba compañías llegadas de Daroca, Calatayud en la zona sur del Júcar.
Antes de entrar en batalla contra un numeroso ejército musulmán ordenó a mosén Mateo (clérigo de san Cristóbal de Daroca) la celebración de una misa de campaña.
En ella, cuando el clérigo se dispone a desenvolver las hostias para su consagración todo el mundo es testigo del milagro: se encuentran empapadas de sangre que ya ha manchado la tela.
Envalentonados por el hecho, los cristianos se lanzan a la lucha y consiguen una victoria casi imposible.
El problema sucede después, cuando se intenta decidir dónde se custodiará la reliquia, y al final se decidió montarla en un asno que, dejado suelto, regresa a Daroca para morir a la misma entrada de la ciudad, que desde entonces la conservará.
desde el siglo XV se custodia en una espectacular capilla de la colegiata Santa María, en lo que fue su presbiterio original (luego convertido en simple capilla).
Se trata de un espacio complejo, compuesto por tres unidades: un cuerpo cubierto por bóveda estrellada, con las paredes con arcos conopiales ciegos (son yeserías) sobre los que se Juan de Talavera (creador de todo este espacio) crea una serie de esculturas (mecenadas por los Reyes Católicos, como podemos ver por sus símbolos repetidos)
En el frente encontramos un retablo muy peculiar (siguiendo los modelos de jubé o coro alto típicos de Borgoña o Alemania), sobre pilares y con arcos apuntados de tracería también flamígera y cuerpo alto con esculturas.
Borque, Corral y Martínez, como F.J. Casabona han insinuado la posibilidad de un maestro borgoñón (discípulo de Claus Sluter), el maestro Issambart, que a su vez formaría a Juan de la Huerta que realizaría la labor escultórica (en donde todas las telas repiten el motivo de los corporales).
Tras él, se crea un espacio pequeño que culmina en un óculo abierto al camarín que custodia la reliquia